«Cada quien con su Toledo». Entrevista con Ana Carolina Abad

Ana Carolina es coordinadora de proyectos expositivos y editoriales y curadora del Museo Nacional de la Estampa del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura en México. En sus tiempos libres, pimpea textos ajenos y lee novelas posmodernas, investiga sobre la historia de la alimentación y, cuando puede, cocina. Fue investigadora en la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia; colaboradora periódica en la sección Historia de la gastronomía de la revista Soy Chef, y asistente editorial en La Caja de Cerillos Ediciones. La encuentras en twitter como @anitatormentas


En 2020 curaste la exposición «La célula gráfica. Artistas revolucionarios en México, 1919-1968» y nos concediste una entrevista para El Diván. De ese momento a la fecha, ¿cómo valoras tu trayecto como curadora?

Todavía me considero una curadora novata. “La célula gráfica” fue mi primera oportunidad curatorial y, vista a la distancia me parece que pude haber hecho las cosas mejor. En el periodo que pasó entre esa primera exposición y “Cada quien con su Toledo” ‒a pesar de la pandemia‒ tuve, digamos, un “entrenamiento curatorial intensivo”, que me permitió abordar el trabajo con más herramientas y experiencia.

En 2020, en el Museo Nacional de la Estampa, decidimos realizar pequeñas exposiciones virtuales, como una oferta alternativa para nuestros públicos en el momento del confinamiento. Estas exposiciones fueron todo un reto: la selección se hacía mediante fotos y además eran mucho más breves que las presenciales, con solo 20 a 40 obras. Los discursos debían ser concisos y atractivos. Así, en tres años, se han concretado 14 exposiciones con ideas del equipo del Munae, la ayuda constante de Liliana Nava y colaboraciones con curadores de otros museos ‒como Héctor Palhares y David Caliz, del Museo Nacional de Arte, y Carlos Molina, del Museo de Arte Moderno‒ y curadoras externas ‒como Laura González Matute, Alesha Mercado y Erika Contreras‒. El aprendizaje fue enorme y en poco tiempo.

A esta experiencia, se sumó la curaduría de la exposición de Carmina Hernández, “El gesto y la huella”, que fue mi primer ejercicio curatorial con una artista viva. Debido a que mi formación es en Historia y no Historia del Arte, empecé este proyecto con un poco de inseguridad, pues “La célula gráfica” tenía un discurso basado en el contexto en el que fueron creadas las obras; sin embargo, con la obra de Carmina tuve que dejarme conquistar por sus composiciones etéreas y poéticas y, de su mano, hacer una selección y un discurso. Así llegué a “Cada quien con su Toledo”, que me exigió abordar las obras tanto en términos artísticos y técnicos, como dentro de su contexto.

Francisco Toledo es una figura muy importante en la escena del arte y la cultura mexicanos, me encantó el título de la exposición «Cada quien con su Toledo», ¿cómo llegaste a él?, ¿qué evoca?

¡Ay, esa es una gran historia! Poner títulos a exposiciones, proyectos, artículos, textos de todo tipo siempre ha sido mi talón de Aquiles. Desde que se gestó el proyecto de la exposición de Toledo, la idea del equipo del Munae era que tuviera un título atractivo. Así que me puse como reto pensar en él mucho antes de que fuera tiempo de definirlo. La primera propuesta fue “Francisco Toledo, de Juchitán para el mundo”, que surgió en una charla de cena de viernes. Después de más de un año de revisar la obra de Toledo y leer sobre su trayectoria y activismo, tenía la percepción de que el maestro tenía un excelente sentido del humor y se destacaba por su irreverencia. Pero el título no pasó la aprobación del equipo, así que tuve que pensar en otro.

De derecha a izquierda: Ana Carolina Abad, Lucina Jiménez, Alejandra Frausto y Sara López Ellitsgaard.

Fue después de entrevistarnos ‒gracias a la gestión de la subdirectora del Munae, María Eugenia Murrieta‒ con varias personas que conocieron a Toledo y del viaje que hicimos a Oaxaca para revisar la obra y definir la selección, que surgió el nombre. Cuando platicamos con los conocidos de Toledo, Maru arrancaba la conversación con “A ver, cuéntanos, ¿quién es tu Toledo?”. Durante el viaje a Oaxaca, comentamos nuestra misión con varias personas, desde un músico callejero hasta el dueño de un restaurante, y todas las personas nos contaban anécdotas de cómo lo conocieron o qué pensaban de él; si coincidían con sus iniciativas políticas… vaya, si les caía bien o no. Ya de regreso a la Ciudad de México, platicando con mis compañeros del Munae que conocieron al maestro en 2014 cuando realizó una donación, también nos compartieron la imagen específica de este artista.

De ahí surgió el nombre de la exposición, de hacer consciente que las personas nos perciben de formas diferentes y que presentar una imagen totémica de un artista no hace más que reducir las posibilidades de interpretación y apreciación de su obra, la anquilosa y, a la larga, la hace poco vigente. ¡Y no podíamos hacerle eso a Toledo, quien en su trayectoria artística se apropió del cambio como uno de sus motores de producción!
La verdad es que, después de tanto pensarlo, me encanta que el título haya gustado y llamado la atención.

En la misma línea, al ser Toledo alguien tan central, ¿encontraste algún ángulo poco explorado?, ¿pudiste reflejarlo en la exposición?

Encontrar una perspectiva nueva en la obra de un artista tan estudiado como Toledo no fue sencillo. Considero que la virtud de la exposición es la reunión de obra de todas las etapas de la trayectoria de este artista, algo que no había sucedido por varias razones. En primer lugar, porque hubo pocas exposiciones retrospectivas de Toledo, quien, al parecer, solía preferir presentar periódicamente la obra de creación reciente en varios lugares del país y del mundo. Segundo, porque su producción era tan abundante y en géneros tan variados ‒grabado, pintura, escultura, cerámica, textil, papel, joyería‒ que un proyecto comprensivo y exhaustivo no solo necesitaba mucho tiempo para realizarse, sino también muchas personas. Y, tercero, porque las exposiciones retrospectivas que existieron no pudieron abarcar la obra creada en sus últimos años de vida. Me parece que el que la exposición sea un proyecto del Munae, un museo dedicado al arte gráfico en específico ‒característica que, con frecuencia, se considera una limitante‒ me dio la excusa perfecta para concentrarme en un género artístico ‒quizá el favorito de Toledo‒ y evitar “distraerme” con obras realizadas con otras técnicas.

Con esas cartas sobre la mesa, decidí mostrar obras desde la década de 1960 hasta el año de su fallecimiento en 2018, con la intención de revelar permanencias y cambios. Es decir, los temas, estilos, técnicas y procesos de trabajo que se mantuvieron durante sus casi 60 años de trayectoria, pero también algunos que utilizó exhaustivamente en algún momento y, posteriormente, abandonó o sustituyó por otros. A mi parecer, logré este objetivo en la exposición.

Quizá la parte más complicada de realizar la selección de obra fue hacer un balance entre las obras “que debían estar” por su relevancia y fama y aquellas que “se han visto poco”. Uno de los comentarios a la exposición que más me ha emocionado vino de gente que había conocido y trabajado con Toledo y, al visitar la exposición, se sorprendía al encontrar obras que nunca habían visto.

«Curar» es un término desbordado en estos tiempos. ¿Cuál es tu particular visión de este ámbito?

¡Uf, qué complicado! A veces pienso que parte de la confusión con el término “curar” o “curador” es culpa de la traducción o de la variedad de figuras de profesionales de museos en diferentes latitudes y cuya función es “hacer exposiciones”. Considero que en el sentido más simple, “curar” es la acción de seleccionar ‒de ahí que ya existan curadores de todo, hasta de videos, tiktoks, música, comida… no es queja‒. Pero la simple selección de obra, no construye per se una exposición y, en ocasiones, a todos, incluyendo a los que hacemos curaduría, se nos olvida.

En el caso de las exposiciones de arte, la obra seleccionada debe estar ordenada en un discurso: ¿qué queremos (de)mostrar?, ¿qué queremos que el visitante “lea” a través de las obras? Recientemente, alguien me recordó ese objetivo de la curaduría y lo resumió con mucha precisión: “si la exposición fuera un ensayo, ¿cuál sería el hilo conductor?”.

La otra razón del “desborde” del término creo que es la amplitud de tipos de espacios de exhibición y de las mismas exposiciones. Dentro del ámbito artístico, están los curadores de arte contemporáneo, que suelen guiar a los artistas en su proceso creativo, pero también aquellos que, como yo, solemos trabajar con obra de artistas que ya no viven. Las tareas y procesos de ambos son muy distintas y, en ese sentido, imagino también las diferencias con curadores de exposiciones de ciencia, arqueología, historia, etc.

La curaduría, pues, es una visión casi personal sobre un artista, una generación, un periodo o un tema. Digo “casi personal” porque hay otros factores involucrados, dependiendo del espacio en el que se realizará la exposición; en mi caso, la pertenencia a una institución gubernamental, cuyas políticas y objetivos, a veces, influyen en el discurso curatorial (para bien y para mal). Y, si bien estamos acostumbrados a que la investigación, la curaduría y el trabajo creativo sea fundamentalmente individual, cada vez estoy más convencida que hay que promover las curadurías colaborativas que se generen a través de diálogos con otros curadores/investigadores, pero también con otros grupos: los artistas, los vecinos, los visitantes, para enriquecer las líneas discursivas y encontrar nuevas perspectivas.

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Un camino hacia la curaduría: ¡mi primera vez!

Puedo decir que por primera vez realicé una curaduría. Lo hice para la exposición titulada «Transformar los museos. A 50 años de la aventura de Santiago». En otras entradas les contaré de esta experiencia a detalle, también prometo una visita guiada videograbada. Sin embargo, en esta ocasión quiero contarles algunos antecedentes para explicar el porqué considero que es mi primera experiencia (¿será la única?) y también compartirles las palabras que leí en la inauguración.

En mi desarrollo profesional en el campo de los museos me inicié como asistente curatorial. Corría el año 2000 cuando mi interés en los museos se perfilaba cada vez más. Tenía pendiente la titulación de la licenciatura en arqueología, pero la suerte —además de las recomendaciones— me llamó para incorporarme al equipo de los antropólogos Enrique Serrano y José Antonio Pompa como asistente curatorial para reestructuramos dos salas del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México.

Terminé ese trabajo, me titulé, e ingresé a la maestría en museología de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) con la idea de «ser curadora». Nada podía corresponder más a mi perfil de arqueóloga, interesada en la divulgación de esa disciplina. Pero el destino (¿existe el destino?) me tenía preparado otro camino. «Ya sé que vas para curadora» me dijo mi querida maestra Ana Hortensia Castro, «pero, ¿te interesa trabajar en el desarrollo de un nuevo museo, en el área de estudios de públicos?», continuó. Sí, claro, acepté. Me incorporé al equipo para el desarrollo de lo que sería el Museo Interactivo de Economía.

¿Qué hice en ese proyecto? Principalmente estudios sobre públicos y evaluación de exposiciones. El MIDE me brindó un espacio de aprendizaje sin igual en este campo, al que me he dedicado de lleno por los últimos ocho años. Pero, también hice algunos pininos en curaduría o quizá, mejor dicho, en el desarrollo de contenidos para los aspectos históricos del museo que cuentan la historia del edificio. Así, me embarque en la investigación para documentar el video «Voces del edificio» y para recrear dos accesorias comerciales: el estudio fotográfico Vergara y una sastrería. También me pidieron desarrollar una pequeña exhibición sobre historia de la banca.

Los caminos de la vida (como diría una canción popular) me llevaron entonces a otros rumbos. Y aquí estoy para contarles un poco sobre esta exposición. La invitación me la extendió Alejandra Ruano, una querida colega de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH. Ella junto con Jesús Álvarez, tuvieron la idea de desarrollar un proyecto expositivo para conmemorar los 50 años de la Mesa Redonda sobre sobre la Importancia y el Desarrollo de los Museos en el Mundo, un evento icónico de la museología latinoamericana con implicaciones en otros contextos internacionales. A esta iniciativa nos sumamos Cecilia Llampallas Sosa y yo. Mi participación abonó a las ideas iniciales desde mi investigación doctoral sobre La Casa del Museo (Ciudad de México, 1972-1980), un proyecto experimental de acción cultural extramuros realizado por el Museo Nacional de Antropología, el cual llevó a la práctica los postulados del Museo Integral derivados de la Mesa Redonda.[1]

Y así comenzó esta aventura. No fue nada fácil, me significó un reto mayor pero también mucha satisfacción. Como me leerán por aquí tratando este tema más de una vez, por ahora lo dejo aquí las palabras que leí en ocasión de la inauguración.

*Transformar los museos. A 50 años de la aventura de Santiago se encuentra en exhibición del 23 de septiembre al 26 de noviembre de 2022 en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Museo Nacional de Antropología, segundo piso.

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Ciudad de México, septiembre 26, Museo Nacional de Antropología.

Bienvenidas y bienvenidos. Agradezco su presencia a la inauguración de esta exposición conmemorativa de los 50 años de la Mesa Redonda sobre la Importancia y el Desarrollo de los Museos en el Mundo. Puedo decirles que no soy una especialista en la Mesa Redonda como tal; pero los caminos de mi investigación doctoral sobre La Casa del Museo me remitieron necesariamente a ese evento, tuve que leer mucho, y al hacerlo me familiaricé y me apasioné por esta reunión.

En estas palabras, no abordaré el contenido de la exposición ya que les invito a visitarla y no quiero arruinarles la experiencia, prefiero hablares desde los dos lugares que me tocó ocupar, primero en mi calidad de investigadora y luego en mi papel de curadora, que aún no acabo de procesar. Así quisiera contarles brevemente cómo llegué a La Casa del Museo, (y por lo tanto a la Mesa Redonda y a esta exposición). Es el “detrás de cámaras”.

A nivel personal, conocí sobre La Casa del Museo porque siempre se le mencionó, desde que estudié mi maestría se referían a ella y a Santiago. Pero estas menciones no superaban frases como “La Casa del Museo de Mario Vázquez”. En ese entonces esas remembranzas no me parecían relevantes, ni tampoco apuntaban a algún estudio a profundidad. Me parecían “una leyenda urbana” Pasaron los años, me involucré en la producción del número 60 de la revista Gaceta de Museos dedicada a Mario Vázquez. Lo que me llevó a un hallazgo. Rastreando fotos para esta tarea acudí al archivo histórico, para preguntar si existían materiales de la trayectoria de “el profesor”, Ana Luisa me indicó que me dirigiera a la Subdirección de Museografía: “muchas áreas cuentan con su propio archivo”. Así, en un armario de las oficinas de esa área encontré encapsulada una serie de documentos, fotos, libros y revistas que «el profesor dejó ahí cuando se fue». Abrí el armario y ahí estaba toda la documentación. En ese momento supe que el azar me puso frente a los materiales de La Casa del Museo, lo que se convirtió en el centro de mi investigación doctoral.

Pasaron los años, hice la investigación, me doctoré y aquí estamos ante un fruto de ese estudio: la exposición. Al respecto quiero decirles que soy museóloga egresada de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, y que he dedicado muchos años al estudio de los públicos de los museos, a comprender sus experiencias en las exposiciones, a indagar qué tanto de lo que los y las curadoras buscan comunicar, hace eco en los/las visitantes. Y ahora estoy aquí en ese lugar. Qué nervios.

Bueno, pues les cuento que, con toda mi intención, busqué un balance en los recursos: visuales, audiovisuales, sonoros, textos y colección original, que apliqué todo lo aprendido en mi querida ENCRyM, no solo como egresada sino como docente que soy desde 2014, para que esta exposición cuente una historia, para que los intrigue, los sorprenda y los provoque, que les genere preguntas y el interés de saber más, para que pasen un rato agradable.

En el pequeño espacio del que dispusimos (pero con la generosa hospitalidad de esta biblioteca y con la creatividad y experiencia de los museógrafos y las diseñadoras), ofrecemos espacios para la interactividad, para la participación. Incorporé otras estrategias que extienden la experiencia más allá de la visita, pues hay una lista de recursos “para saber más” y una lista musical Spotify que cubre la década de los setenta. Fue todo un reto, y aquí estamos. Ya me comentarán.

Ahora paso a los agradecimientos.

De especial ayuda para contar esta historia de una forma atractiva (eso deseo), fueron los comentarios siempre precisos y bien intencionados, de Ana Graciela Bedolla, de Manuel Gándara y de Paul Rodríguez, con quienes conversé y debatí la narrativa. Mis ideas se sumaron a un planteamiento inicialmente esbozado por Jesús Álvarez y Alejandra Ruano, quien fue también la que me invitó a sumarme a este proyecto, por supuesto con la aprobación y anuencia de Juan Manuel Garibay. De su parte, agradezco el reto que me planteó para pensar en una exposición para públicos diversos. También agradezco el útil y ameno acompañamiento de la propia Alejandra Ruano y Cecilia Llampallas, quienes además de asistirme curatorialmente y realizar diversas gestiones abogaron por los y las visitantes cuando de repente se me salían del radar.

Quiero agradecer por supuesto a todo el equipo de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones, particularmente a Juan Manuel Garibay y a Rafael Ornelas, por la museografía; Julieta Rodríguez y Dulce Ayala por el diseño gráfico, Carolina Carreño por el programa educativo. A Ana Luisa Madrigal del Archivo Histórico del Museo y a su equipo por todo el apoyo brindado durante el desarrollo de mi investigación y para la exposición. A Baltazar Brito Guadarrama director de esta biblioteca que amablemente nos recibe, igualmente a todo su equipo.

En cuanto a mi espacio de trabajo, en la ENCRyM, a su director Gerardo Ramos, a la coordinadora del Posgrado en Estudios y Prácticas Museales, Énoe Mancisidor Pérez, a mis colegas del posgrado y a los y las estudiantes que enriquecen todas nuestras labores, de los que aprendo día a día.

A quienes participaron del proyecto La Casa del Museo Mario Vázquez Rubalcava, Coral Ordoñez, Lilia González (aquí presente), Miriam Arroyo (también presente), Cristina Antúnez, Catalina Denman, Margarito Mancilla. A quienes aprecio y de quienes aprendí tanto, generosamente compartieron sus experiencias conmigo. A mis queridas amigas y colegas de Ibermuseos: Mónica Barcelós, Vanessa de Brito, Natalia Huerta. A mis familiares y amigos de quienes cuento con apoyo, particularmente a mis padres, a Paul Rodríguez y al colectivo cenas para la pandemia.


[1] Leticia Pérez Castellanos, «La Casa del Museo (Ciudad de México, 1972–1980). Una etnografía multilocal sobre la acción cultural extramuros» (Doctorado en Ciencias Antropológicas, Ciudad de México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2020), http://tesiuami.izt.uam.mx/uam/aspuam/presentatesis.php?recno=23528&docs=UAMII23528.pdf.

«La célula gráfica. Artistas revolucionarios en México, 1919-1968» El trabajo de una joven curadora. Entrevista con Ana Carolina Abad

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Ana Carolina es coordinadora de proyectos expositivos y editoriales (y curadora novata) del Museo Nacional de la Estampa del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura en México. En sus tiempos libres, pimpea textos ajenos y lee novelas posmodernas, investiga sobre la historia de la alimentación y, cuando puede, cocina. Fue investigadora en la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia; colaboradora periódica en la sección Historia de la astronomía de la revista Soy Chef, y asistente editorial en La Caja de Cerillos Ediciones. La encuentras en twitter como @anitatormentas 


Como muchos sabemos, los museos de nuestro país enfrentan grandes retos. Uno de ellos es el poco personal con el que cuentan. En no pocos espacios ello conduce al llamado «multitask», esto puede ser una desventaja pero a veces representa ventajas o áreas de oportunidad. Para Ana Carolina significó la oportunidad de realizar su primera curaduría individual. Aunque conocía desde antes estas tareas, puesto que ya había realizado curadurías en la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH -en donde nos conocimos-, fue en este espacio de trabajo en donde pudo potenciar la experiencia acumulada y lanzarse al ruedo como una joven promesa en este campo. ¿De qué trata la exposición que curó?, ¿cómo son los procesos curatoriales?, ¿cuáles fueron sus aportaciones?, ¿qué amó y qué odió de este trabajo? Aquí la entrevista que nos concedió.

¿De qué trata la exposición que curaste?

La célula gráfica. Artistas revolucionarios en México, 1919-1968 trata de varios temas. En primer lugar, es una exposición sobre el aporte estético de los artistas mexicanos de la  primera mitad del siglo XX, con filiación política de izquierda, en especial quienes pertenecieron o simpatizaron con el Partido Comunista Mexicano (PCM). Por ello, esta muestra fue parte de los festejos de los 100 años de fundación del PCM.

También trata de cómo estos grabadores representaron al pueblo mexicano, su historia y sus enemigos y crearon una forma de representación que se mantendría, por lo menos, hasta finales de la década de 1960.

El otro gran tema de la exposición es cómo, para estos artistas, que se identificaron como “trabajadores intelectuales” —e, incluso, adoptaron la indumentaria y tendencia a la agrupación de sus camaradas obreros—, el arte tenía una función social, estaba al servicio del pueblo y, como tal, debía denunciar las injusticias e “instruir” políticamente al pueblo. Así, la mayor parte de los grabados exhibidos fueron utilizados en carteles, hojas volantes y publicaciones periódicas.

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¿En qué consiste el proceso de curaduría?, ¿cómo seleccionas las obras y decides los temas, las asociaciones?

Esta exposición consistió en una revisión de la colección del Museo Nacional de la Estampa (MUNAE), que marcó significativamente el modo de trabajo y la selección de obra.

En primer lugar, realicé una investigación bibliográfica sobre los artistas que pertenecieron al PCM y sobre los integrantes de los colectivos de filiación de izquierda, como el Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (1922), la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (1934) y el Taller de Gráfica Popular (1937). Así, generé una lista de los y las artistas cuya obra quería explorar, debido, principalmente, a que el acervo del MUNAE está organizado por artistas y el tenerlos identificados facilitaba la búsqueda.

Pero ¿qué busqué en las obras de cada autor? Gracias a la lectura de Imaginar el proletariado, del historiador John Lear (Grano de Sal, 2019), y mi trabajo para la exposición Estampa y Lucha, curada por Helga Prignitz-Poda, y la edición de su respectivo catálogo, ya tenía identificados algunos temas frecuentes entre los grabadores de la primera mitad del siglo XX. Así, seleccioné representaciones de campesinos y obreros, manifestaciones y mítines, la represión y los choques con otros grupos políticos, denuncias contra la guerra y el fascismo, la lucha por la paz y, básicamente, todas las obras que aludían, directa o indirectamente, al comunismo y la Unión Soviética.

Tras hacer la primera selección tuve que tomar un par de decisiones difíciles. La primera fue no pedir en préstamo obras que, por la bibliografía, sabía necesarias pero que ya habían sido exhibidas en la mencionada exposición de Helga Prignitz (2017-2018). Decidí, entonces, trabajar únicamente con el acervo del MUNAE y solo revisar la del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, A. C. y la colección de Ernesto Arnoux. La segunda decisión fue no hacer un recorrido cronológico que mostrara el trabajo de los colectivos artísticos a lo largo de las décadas, sino preferir un recorrido temático con aquellos tópicos más representados: los campesinos, los obreros, la guerra y el fascismo y el movimiento por la paz.

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Ambas decisiones fueron tomadas a sabiendas y en consecuencia de las características de la colección del MUNAE. En primer lugar, que no todos los artistas seleccionados estaban bien representados o, incluso, no comprende obras de conocidos creadores como Diego Rivera. En segundo lugar, el registro de obra sigue teniendo varios huecos de información, sobre todo las fechas de creación que, si bien se han ido encontrando gracias a las investigaciones de académicos que han colaborado como curadores de exposiciones para el museo —como la misma Helga Prignitz, Eduardo Espinosa y Laura González Matute, ambos del CENIDIAP, o Raúl Cano y Mercurio López— el cotejo e investigación de más de 12,000 obras de alrededor de 1400 artistas rebasa siempre los recursos humanos de la institución.

Las asociaciones al interior de los núcleos fueron formales y temáticas justamente para mostrar que la manera de representar ciertos temas se mantuvo hasta finales de los sesenta. Además, con las cédulas temáticas logré hablar cronológicamente de las agrupaciones de los artistas revolucionarios, a la vez que trataba los temas abordados por las obras de cada núcleo.

¿Cuáles son tus aportaciones a la lectura de este tema?

Considero que la aportación más importante de esta exposición es/fue sacar a la luz obra del acervo del MUNAE que pocas veces se ha exhibido y develar la obra de ciertos artistas que, si bien son conocidos por los especialistas, no son tan conocidos como personajes como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Por ejemplo, para mí, fue una sorpresa conocer la obra de Francisco Dosamantes, pero para muchos visitantes —lo sé por los comentarios en visitas guiadas o las conversaciones con amigos y colegas que han visto la exposición— también fue novedosa la obra de Francisco Moreno Capdevila.

Por otro lado, creo pertinente hablar aquí de lo que yo esperaba y espero que aporte la exposición a sus visitantes. Durante el proceso de investigación, me sorprendió el compromiso de los artistas con sus ideales políticos: sus obras no sólo eran una declaración de principios, sino que eran dispositivos para generar los cambios: carteles para manifestaciones, publicaciones para promover la defensa de los derechos de los campesinos y obreros o para informar sobre la situación nacional e internacional. Pero, al mismo tiempo, los artistas no estaban satisfechos sólo con crear las obras, sino que eran partícipes de la acción. Algo pasó en la segunda mitad del siglo, que lo usual fue que los artistas “eliminaran” de su obra los temas políticos. Me encantaría que los visitantes a la exposición noten el contraste entre la pasión política de los artistas revolucionarios y la postura apolítica de sus sucesores (con honrosas excepciones).

¿Qué amas y qué odias del trabajo al ser una curadora joven?

¡Ay, me hubieras hecho esta pregunta inmediatamente después de la inauguración! Pero será una respuesta mediada por cierta distancia temporal. Creo que lo que amo de ser una curadora joven es que tus jefes y el público no tiene expectativas sobre tu trabajo, es decir, tienes más posibilidades de sorprenderlos que de decepcionarlos. Y, para mí, eso se traduce en libertad para trabajar. En este caso, pude decidir no incluir obra que para ciertas autoridades académicas podrían ser imprescindibles. Me di el lujo de pedir pocos préstamos y aprovechar el acervo que tenía “a la mano” y estoy muy satisfecha con el resultado final. Pero ahora que tengo dos nuevos proyectos en puerta, siento la “angustia del segundo disco”.

A pesar de que esta es mi primera experiencia como curadora de arte, las primeras curadurías las hice como investigadora de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH, entre 2010 y 2013. Entonces, yo y mis compañeras éramos mucho más jóvenes. Traigo esto a colación, porque, aunque en esta ocasión no fue el caso, odio que no se reconozca el trabajo de las y los curadores jóvenes o que no se les den oportunidades para exponer en recintos importantes. Me considero afortunada de haber tenido tantas oportunidades en mi carrera profesional.

El blog el Diván Museológico tiene el epígrafe: «Los museos al psicoanálisis. Los museólogos, ¿también?» ¿Qué opinas?

¡Ja! Creo que esta entrevista fue un buen ejercicio para analizar esta primera experiencia curatorial y detectar qué me gustó y qué no, qué funcionó y qué no, cómo mejorar en las siguientes ocasiones. Is this psicoanálisis?

 

Cómo escribir un libro. A cuatro manos, a kilómetros de distancia

Hoy por la tarde presentaremos el libro Cosmopolitan Ambassadors: International exhibitions, cultural diplomacy and the polycentral museum (Vernon Press, 2019). Este libro es el resultado de la investigación conjunta realizada entre el Posgrado de Museología de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía – INAH y el Programa de Museos y Patrimonio de la Universidad de Victoria en Wellington, Nueva Zelanda.2018-10-10 09.04.36

Durante cuatro años, junto con mi colega Lee Davidson, trabajé a la distancia en este proyecto de investigación binacional, para analizar el intercambio expositivo entre México y Nueva Zelanda a través de dos casos de estudio: las exposiciones temporales E tu Ake. Orgullo Maorí y Aztecas. Conquista y Gloria.

El estudio, de corte cualitativo se basó en el análisis de ciento treinta y dos entrevistas realizadas con visitantes a las exposiciones y personal involucrado en su desarrollo en las distintas sedes y con las instancias organizadoras. Hemos hablado de sus resultados en diversos foros académicos, pero hoy presentamos lo que consideramos nuestro mayor reto, y también, nuestra mayor satisfacción: un libro.

¿Cómo surgió la idea?, ¿cómo lo hicimos? A medida que avanzamos en la investigación nos percatamos de que tenemos aportaciones originales al campo de los estudios de museos, al análisis de las exposiciones internacionales y a su relación con la diplomacia cultural; identificamos un fenómeno muy particular: el de las exposiciones que viajan y se transforman a medida que lo hacen, a la vez que van adquiriendo/produciendo nuevas capas de significados entre todos los interlocutores involucrados. También ponderamos que la difusión de nuestros resultados quedaría corta si sólo los publicábamos en artículos aislados. Así que…

En junio de 2016 presentamos en Montreal, Canadá, el panel Reflexionando sobre la zona de contacto móvil: diplomacia cultural, exposiciones itinerantes y experiencias interculturales con el patrimonio, en la conferencia bi anual de la Association of Critical Heritage Studies. Quedamos muy satisfechas porque por fin vimos integrados todos los resultados, además de tener un diálogo con colegas que participaron con Lee Davidson en un proyecto anterior similiar. Así, en nuestras conversaciones post conferencia surgió la idea: podemos escribir un libro al respecto. El reto era encontrar una casa editora interesada, teníamos algunas ideas y planes. Entonces…

Sorpresivamente, la casa Vernon Press nos contactó a nosotras. Supieron de la investigación en el congreso en Montreal y nos solicitaron una propuesta. Entregamos un resumen, un índice tentativo y los respectivos currículums. Poco tiempo después tuvimos la respuesta: ¡Les interesó y podíamos escribir el borrador! El tiempo: un año. ¿La forma de hacerlo? No la conocíamos.

Nuestro libro trata, entre otros asuntos clave, del reto que significa para los profesionales de museos trabajar conjuntamente cuando provienen de distintos contextos políticos, culturales e institucionales, durante periodos prolongados de tiempo y a la distancia. Pero…, ¡esperen un momento! Justo esto habíamos hecho Lee y yo con nuestra propia investigación.

Lee es profesora titular en el programa de Museos y Patrimonio en la Universidad de Victoria en Wellington, Nueva Zelanda. Ahí imparte clases sobre estudios de públicos, pero sus intereses además han cubierto temas sobre el turismo, el uso del tiempo libre y los museos. En sus tiempos libres le gusta caminar (¡Mucho!), toma mucho café, habla francés, no habla español y ha visitado México en varias ocasiones.

Por mi parte, soy profesora en la Maestría en Museología de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en la Ciudad de México. También doy clases sobre estudios de públicos, mis intereses además cubren el análisis de la política cultural, la historia de las exposiciones internacionales y los museos de forma amplia. En mis tiempos libres me gusta andar en bici, leer y escribir en redes sociales acerca de mis temas. Me defiendo en el inglés, estoy aprendiendo portugués y tuve la oportunidad de visitar Nueva Zelanda en dos ocasiones.

Cosmopolitan para ENCRyM

¿Cómo trabajamos juntas para escribir el libro?

La lengua común fue el inglés, esto supuso un esfuerzo extra para ambas. En mi caso debía expresarme por escrito adecuadamente, no sólo en cuanto a la ortografía y el uso de las palabas sino también en el estilo. Para Lee el esfuerzo consistió en leer mis entregas, corregirlas y unificarlas con las suyas. Recibí mucha ayuda de Paul, mi compañero de vida, de Ana Carolina Abad, amiga del alma, porras de otras tantas amistades y familiares, de Google translate y de Grammarly (sí lo recomiendo).

En un inicio pensamos que la estrategia adecuada era escribir cada quien un capítulo, y luego leernos mutuamente y enriquecerlo. Resultó que este método nos dejaba con «fotos» incompletas,  aunque cada una dominaba de algún modo los datos y la hallazgos de ciertas partes, la otra tenía información complementaria. Tuvimos que dar un voto de confianza a las nuevas teconologías, nos embarcamos en un trabajo simultáneo sobre los capítulos en una carpeta compartida de Dropbox.

A partir de entonces no es fácil decir quién escribió qué. Si bien, cada una tomó secciones específicas a su cargo, éstas se enriquecieron con los comentarios y adiciones de la otra. Durante el año que duró este proceso tuvimos reuniones virtuales en Skype aproximadamente cada quince días, hablábamos de los avances, de los faltantes y asignábamos tareas. Vertíamos en Evernote las notas que tomábamos de la reunión alternadamente.

Las notificaciones de actualización que despliega Dropbox: «Lee ha actualizado tal archivo» o a la inversa, nos tenían al tanto mutuamente de que allá, al otro lado del mundo, con diecinueve horas de diferencia alguien estaba avanzando. Personalmente fue de mucha ayuda adherirme a la cuenta @ShutUp&WriteTuesdays en Twitter que anima a personas de distintos países a dedicar al menos una hora completa de escritura semanal, sin distracciones, sin redes sociales, etc., en un trabajo colectivo. Es bueno no sentirse sola.

Nuestra carpeta compartida contenía subcarpetas tituladas: ideas, planes, notas, imágenes y másters (archivos finales). Dentro de cada una, un archivo word para cada capítulo. Con el paso del tiempo estas carpetas fueron reuniendo el contenido necesario, y al paso del tiempo, tuvimos un borrador completo. Claro, hubo que hacer adecuaciones, reacomodar ideas, regresar a los datos, leer mucho.

Lee visitó México nuevamente en julio de 2017, ya contábamos con avances sustantivos de la mayoría de los capítulos. Después de una sesión intensiva en «la torre del castillo», como suele decirle Lee al alojamiento para profesores invitados en la ENCRyM , tuvimos un índice de contenidos refinado, una revisión exhaustiva de las ideas principales de cada capítulo y las conclusiones listas para la recta final.

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Fue en esa sesión intensiva cuando nos vino a la mente la idea de usar la imagen del caleidoscopio como una métafora para abordar el carácter siempre cambiante de las exposiciones internacionales. No de cualquier caleidoscópico, sino de uno policéntrico, el cual tiene tres o cuatro reflectores (espejos), así como un conjunto de objetos móviles. ¿Quién no ha mirado a través de uno? Con cada movimiento la imágen se modifica, y se nos ofrecen, dadas las condiciones adecuadas, bellas imágenes organizadas en múltiples centros.

Es muy interesante encontrar que, el mismo tipo de competencias y cualidades que los profesionales de museos a quienes entrevistamos destacaron como importantes, son las que nosotras tuvimos que desarrollar y aplicar. Se trata de habilidades para el diálogo intercultural, para contar con actitudes cosmopolitas en un mundo como el nuestro, en el que la interacción de distintas personas en espacios y tiempos diferentes confluyen en proyectos co creados.

Nostras requerimos, y aplicamos la paciencia, mente y actitud abiertas, disposición a incorporar las perspectivas de la otra, ser respetuosas y receptivas. No niego que hubo momentos de tensión, pero se resolvieron gratamente. También tuvimos que ser constantes y metódicas. Lograr finalizar el libro fue un compromiso personal y muto, así como uno de los mayores retos que he enfrentado. Y aquí estamos, a punto de presentarlo.

Gracias Lee, por el compañerismo, tu apoyo, el intercambio de ideas, nuestra amistad, el proyecto que tenemos juntas y nuestras colaboraciones por venir. Lo volvería a hacer.


Pueden adquirir el libro en Amazon o directamente en la página de Vernon Press aquí. Si lo leen, nos interesa mucho conocer sus opiniones.

 

 

Cosmopolitan Ambassadors… un libro sobre exposiciones internacionales, colaboraciones y diplomacia cultural

Cosmopolitan Ambassadors: International exhibitions, cultural diplomacy and the polycentral museum. Lee Davidson y Leticia Pérez Castellanos, Vernon Press.

CosmoAmb¿Cómo trabajan los museos en el ámbito internacional por medio de las exposiciones?

¿Qué motiva este trabajo? ¿Cuáles son los beneficios y retos? ¿Qué factores contribuyen al éxito? ¿Qué impacto tiene este trabajo en los públicos y otros agentes interesados? ¿Qué aportaciones están haciendo a la diplomacia cultural, al entendimiento y al diálogo intercultural? El libro Cosmopolitan Ambassadors considera el estado del conocimiento actual sobre las exposiciones internacionales y propone un marco analítico interdisciplinario que incluye a los estudios de museos, de públicos, la diplomacia cultural, así como los estudios interculturales y sobre cosmopolitanismo. A partir de este marco analítico, presenta un estudio empírico a detalle acerca de un intercambio expositivo con duración de casi una década, desde su concepción inicial hasta su término, el cual incluyó la presentación de dos exposiciones en cinco países y tres continentes, conectando a seis instituciones culturales de alto perfil.

La detallada comparación, tanto de la producción cultural de las exposiciones internacionales, a través de las colaboraciones, como de los actos interpretativos de creación de significados de los visitantes, revela las complejidades, retos, tensiones y recompensas de las exposiciones internacionales y su intersección con la diplomacia cultural. Los temas clave incluyen: la situación real de las colaboraciones internacionales, sus propósitos, procesos y retos; las políticas de la representación (y autorrepresentación) cultural y de la museología indígena, las implicaciones para el diseño de las exposiciones, la interpretación y su mercadotecnia; las competencias interculturales y las prácticas en los museos, la recepción en los públicos y la creación de sentidos, la diplomacia cultural en la práctica y las percepciones sobre su valor.

Este análisis teórico con base empírica, el primero en su tipo, provee las bases para un nuevo modelo de museos policéntricos: espacios con potencial para producir una visión caleidoscópica de centros múltiples y para ayudar a disolver los límites culturales, promoviendo el diálogo, la negociación y la búsqueda de la comprensión entre culturas. Cosmopolitan Ambassadors también ofrece orientación para las tareas cotidianas en los museos, incluyendo recomendaciones para colaboraciones exitosas a nivel internacional, el desarrollo de exposiciones y la maximización del potencial de la diplomacia cultural.

¿Qué y cómo comunicamos en las exposiciones?

Museos y exposiciones ¿Son una y la misma cosa? Se dice que la exposición es el medio por excelencia en el museo, y su característica particular. Aunque podemos tener exposiciones sin museo (como en las ferias comerciales), sería casi imposible tener museos sin exposición.

La literatura en este ámbito temático es vasta, va desde publicaciones con definiciones: qué son las exposiciones de museos-, pasando por los tipos que existen, hasta algunos manuales que indican cómo diseñar exposiciones o cómo gestionarlas. No obstante, un asunto medular en este ámbito es el qué y el cómo, de este medio de comunicación.

¿Qué queremos comunicar? ¿Cómo lo queremos hacer? La variedad en temáticas y formatos en las exposiciones amplía mucho el tema; sin embargo, en esta entrada me referiré a aquellas exposiciones que tienen deliberadamente algún tipo de objetivo educativo -en términos amplios-  ya sean históricos, antropológicos o científicos, con la finalidad de contribuir a que públicos más amplios conozcan sobre ciertos temas. No soy una experta en la curaduría o en el diseño de exposiciones, pero sí he acompañado o formado parte de dichos procesos. Además, mi especialidad y trabajo en el ámbito de los estudios sobre los públicos de los museos -y por ende de las exposiciones-, me hace traer a la mesa consideraciones acerca de quién será nuestro interlocutor en este proceso comunicativo y cómo tender puentes con ellos/ellas.

Mi reflexión gira en torno a tres metodologías o caminos sobre el cómo plantear el mensaje principal de una exposición y sus temas. Se deriva de haber participado en talleres con tres especialistas mexicanos en la materia: Manuel Gándara, Horacio Correa y Carmen Sánchez Mora. Desafortunadamente, al momento, ninguno ha publicado sus ideas y métodos para poder consultarlos.

A continuación relataré brevemente mi experiencia con estos enfoques. Al final de este texto ofrezco algunas referencias de utilidad.

Manuel Gándara. La interpretación temática a la mexicana, es decir: la divulgación significativa

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Manuel Gándara y Sam Han en el Coloquio Internacional de Divulgación del Patrimonio, en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía. Octubre, 2017

La interpretación temática es una estrategia de comunicación que surgió en los parques naturales de Estados Unidos como una forma de proveer a los visitantes más que sólo información, para que conocieran estos recursos naturales e instarlos a su conservación. Se dice que el padre de esta corriente es Freeman Tilden. A lo largo de los años, otros expertos se han sumado a la lista de intérpretes famosos, entre ellos, el también estadounidense Sam Ham.

Manuel Gándara, es Doctor en Diseño y Nuevas Tecnologías (UAM-Azcapotzalco), y Doctor en Antropología (Escuela Nacional de Antropología e Historia), su primera formación es como arqueólogo, también por la ENAH. Es responsable de haber importado esta corriente a México, para su aplicación al patrimonio cultural, inicialmente en las zonas arqueológicas. Tras años de reflexión sobre el tema su propuesta ha madurado, con aportaciones derivadas de sus asesorías a la Dirección de Operación de Sitios, del Instituto Nacional de Antropología e Historia; de la enseñanza del tema en la ENAH o en la ENCRyM; de su ejercicio profesional y guiando a numerosos alumnos que han aplicado el enfoque en sus tesis de licenciatura y maestría.

Aunque su propuesta se basa en las ideas generales de los principales exponentes de esta corriente, ha desarrollado una propuesta propia «a la mexicana»: la divulgación significativa.  Se deriva de la articulación y aportes de: 1. la interpretación temática (ya mencionada), 2. los enfoques centrados en el público (reconoce influencias de John Falk, Lynn Dierking, Kathleen McLean y Beverly Serrell), 3. la antropología como celebración de la diversidad y 4. el materialismo histórico -sí, leyó usted bien-, como un reconocimiento de que en lo social todo es histórico y no natural.

Describir a detalle su propuesta rebasa por mucho este espacio. No obstante, rescataré algunos mínimos aspectos que me parecen centrales:

  • La maldición del conocimiento: «siempre pensamos que lo que yo sé lo sabe todo el mundo y que lo que a mí me interesa, le interesa a todos»
  • La maldición de la cotidianeidad: «No somos capaces de ver errores, fallas que están ahí, pero a las cuales estamos muy familiarizados»

En cuanto al proceso de diseño de una exposición con esta metodología, Manuel propone cuatro etapas:

  1. Diseño: se establece el qué, para quién (público meta), para qué, y con qué. Es importante incluir evaluaciones previas o estudios de públicos diagnósticos.
  2. Desarrollo: incluye la preparación de los guiones conceptual, académico, general de divulgación, proyecto ejecutivo y plan de producción. Aquí se plantea el mensaje principal o «tesis» y las correspondientes subtesis.
  3. Aplicación: produción, plan de montaje e instrumentación.
  4. Evaluación: en sus etapas sumativa y correctiva, así como la documentación de todo el proceso.
* Por tesis este especialista entiende: «idea central estructurada en forma de oración: sujeto, verbo y complemento»

María del Carmen Sánchez Mora. Mensaje para llevar.

Carmen Sánchez
Carmen Sánchez en su taller «Ideas Museables» en el marco del 7° curso de evaluación en museos. Febrero, 2018

Carmen Sánchez es una especialista en evaluación de museos y comunicación de la ciencia, quien ha desarrollado su trabajo en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC), vinculada al Museo de Ciencias Universum. Es una magnífica tallerista. En lo personal, cuando he tomado algún taller con ella, me he llevado gratas experiencias porque tienen objetivos claros de enseñanza y las actividades para alcanzarlos están muy bien estructuradas.

Recientemente en el 7° curso de evaluación de Museos, organizado por el Seminario de Investigación Museológica de la propia DGDC, Carmen impartió el taller llamado «ideas museables», con el propósito demostrar cuál es el proceso para desarrollar una idea sobre una exposición desde su origen: ¿a quién se le ocurre o de dónde surge?, hasta su configuración en los guiones correspondientes -temático, conceptual, museográfico y museológico-.

Nuevamente, me es difícil condensar en tan poco espacio su propuesta. Sin embargo, me interesa hablar de lo que ella llama «factibilidad de la idea» y la «organización de los mensajes». En el primero de estos rubros, Carmen alude a criterios para evaluar si la idea que tenemos, puede o no puede ser desarrollada, en exposición. Nos insta a preguntarnos:

Esta idea: ¿Concuerda con la misión del museo?, ¿es relevante? -tendrá significado para los visitantes y para sus vidas-, ¿es apropiada? -Es decir ¿se puede exhibir como exposición tridimensional?-, ¿es investigable?, ¿es multifacética? -¿se puede presentar en varios niveles con diferentes estrategias de diseño?, ¿es divertida?, los equipos y directivos del museo ¿la apoyan?, ¿se puede respaldar con colecciones?, ¿es independiente? o ¿sólo funciona con el apoyo de guías y mediadores?, ¿es conectiva?, ¿se puede financiar?

En cuanto a la organización de los menajes. Carmen también es partidaria de que el mensaje más importante o «mensaje para llevar» se debe plantear en una sola oración, estructurada en el lenguaje común de los visitantes, no en el lenguaje académico. Nos proporcionó un ejemplo que ilustra esta diferencia. Para una exposición sobre los alacranes, el mensaje principal, planteado en términos académicos fue: «los alacranes -que no son insectos- forman parte del ecosistema y de las cadenas tróficas»; mientras que, el mensaje para llevar fue: «los alacranes no son lo que creemos».

Derivar el mensaje planteado en lenguaje sencillo para los visitantes implica preguntarnos: qué nos gustaría que el público diga al salir de la exposición: «Esta exposición trata de________»

Horacio Correa. El poder de los objetos.

Horacio Correa
Horacio Correa en el Taller de museografía didáctica. Museal, enero 2018

Horacio es un especialista en Museos, quien se ha centrado en el desarrollo de audiencias, la evaluación, la interpretación y el diseño de experiencias. Como profesional del área, ha desarrollado ideas para apoyar a los equipos de trabajo de museos a estructurar el «mensaje para llevar» y las ideas clave de una exposición.

Al inicio del año me tocó compartir sesiones con Horacio, en un curso para el diseño de exposiciones. Sus ideas también abrevan del enfoque de la interpretación propuesto en Estados Unidos, específicamente el realizado por la National Association for Interpretation (NAI). Entre líneas leemos otras aportaciones como los objetivos de comunicación propuestos por John Veverka: qué quiero que la gente sepa (objetivos comunicativos), qué quiero que la gente sienta (objetivos emotivos) y qué quiero que la haga (objetivos de acción).

De la propuesta de Horacio, me parece muy útil la estrategia que utilizó para enfatizar la importancia de los objetos. A través de un ejercicio práctico -con un objeto inicialmente desconocidos para todos-, llevó a los participantes a contrastar lo que podemos saber de éste por simple deducción, y aquellos significados más profundos que los museos deberían develar. Las preguntas a responder fueron:

  • ¿Qué sabemos de este objeto?.- De la observación se extraen hechos y características tangibles.
  • ¿Qué crees saber del objeto?.- Se trata de intangibles e hipótesis que quizá podemos derivar de la exposición que observamos.
  • ¿Qué quieres saber de este objeto?.- Son otros significados, dudas o curiosidades en los que estarían muy interesados los públicos.

La conclusión: normalmente la información que damos a los visitantes es algo que ellos mismos podrían descubrir, y que, por evidente, resulta aburrida e irrelevante. Por el contrario, aquello que se sitúa en el nivel de la interrogación ¿Qué queremos saber? es lo que detona otros sentidos más importantes, interesantes y relevantes que pueden atrapar a los visitantes.

– – –

Es evidente que en tan poco espacio, apenas he logrado esbozar un pequeño asomo a las estrategias planteadas por mis colegas. Por el momento les dejo aquí otros recursos adicionales:

  • Gándara Manuel. 2013. La narrativa y la divulgación significativa del patrimonio en sitios arqueológicos y museos. Gaceta de Museos No. 54. Disponible aquí
  • Jimenez, María Antonieta. 2015. Una metodología para la creación de guiones de divulgación del patrimonio arqueológico. Izarraraz. Intervención. Revista Internacional de Restauración, Conservación y Museología. Disponible aquí
  • Consideraciones sobre la gran idea [inglés]. Disponible aquí 

Prototipos y evaluación para el diseño de exposiciones. Entrevista con Camilo Sánchez.

Camilo Sanchez

Camilo Sánchez es diseñador industrial y maestro en Museología. Actualmente es asesor museológico del Museo Nacional de Colombia, en donde está encargado de la renovación total del Museo y de su proyecto de ampliación. Ha realizado proyectos en diversas instituciones museales colombianas y del exterior. Es profesor invitado de museografía en varias universidades colombianas.


Conozco a Camilo hace algunos años y sé que es un diseñador que se atrevió a incorporar los prototipos como parte del proceso de creación de exposiciones. Me interesó explorar con él las diferencias y semejanzas entre la evaluación, digamos «más formal» y la retroalimentación de los visitantes utilizando prototipos,  para Kathy McLean se trata de una forma de evaluación «diferente», tal como lo explica en un artículo al respecto. Entonces ¿qué aportan? Aquí las ideas que Camilo nos comparte en exclusiva para El Diván ¡Gracias!

Desde el punto de vista de un diseñador de exposiciones: ¿Qué diferencias encuentras entre trabajar una idea con prototipos y con retroalimentación mediante la evaluación? 

Siempre me ha parecido problemático la aplicación rápida de la evaluación formativa (y la rapidez es clave, porque siempre los procesos de diseño son contrarreloj). Por ejemplo, si para el diseño de una exposición se hace un grupo focal, pueden salir ciertas ideas o incluso palabras y nociones que eventualmente alimentan el diseño, pero que difícilmente generan cambios esenciales. Claro que también hay que decir que por lo general este tipo de evaluaciones previas se hacen de manera global (por ejemplo sobre las temáticas de la exposición) y no específicamente sobre el diseño museográfico, por lo cual este se vuelve marginal en estos ejercicios.

Con procesos de evaluación “completos”, en donde algunos de los puntos analizados tienen que ver con el diseño, como es natural, las respuestas llegan cuando ya no sirven para nada o ya no se pueden tomar acciones correctivas. Y lo peor, es que se empiezan a generar una serie de supuestos generalizados que si atentan contra diseños futuros. Por poner un ejemplo, puede que después de evaluar una exposición específica, en la socialización de los resultados se diga que a la gente no le gustó el color porque era muy oscuro. Lo que termina pasando, es que queda arraigada la idea en muchos de los funcionarios del museo, de que a la gente no le gustan las exposiciones oscuras (“acuérdese que en la exposición tal la gente se quejó por eso”), distorsionando negativamente los procesos de diseño posteriores.

Con el prototipo la ventaja es que se hace el ejercicio de entrada con una propuesta de diseño, sobre el cual uno puede decidir si pone a la gente a opinar o no. Es una forma mucho más rápida y directa de saber qué es lo que el público prefiere.

Y ¿Cuáles son las semejanzas?

Cualquier forma de evaluación se parece en que funciona dependiendo de la claridad que se tenga sobre qué es lo que realmente se está buscando y del juicio con el que se haga. Siento que muchas veces se terminan haciendo por cumplir con una obligación sin tener claro por qué y para qué se hizo. Y si uno no tiene claro que es lo que va a sacar de un proceso y cuál es el verdadero objetivo, no importa si es evaluación formativa o prototipo, no sirve para nada.

Cuéntanos cómo han sido algunas de tus experiencias al incorporar prototipos en el diseño de las exposiciones…

Hace unos 3 años empezamos a hacer prototipos en el Museo de la Independencia, en Bogotá, Colombia, para definir aspectos temáticos y conceptuales de exposiciones pequeñas. No estaban enfocados a solucionar aspectos de diseño porque el espacio disponible ya tenía una configuración que era difícil de cambiar. Sin embargo, estos prototipos fueron muy efectivos para resolver cuestiones curatoriales y en últimas hicieron más fácil todo el proceso de toma de decisiones. Sin embargo tengo que decir que, si bien los prototipos iniciaron con mucho entusiasmo por parte del equipo de educación del museo, con el tiempo fueron perdiendo efectividad por que la gran novedad se terminó volviendo rutina.

Ahora en el Museo Nacional, también en Bogotá, que es mucho más grande, los problemas del día a día también más grandes. Como lo urgente no deja tiempo para lo importante, la cantidad de tareas y compromisos simultáneos en cuanto a la producción de diseños para múltiples exposiciones, han hecho que no podamos establecer un programa de prototipado exitoso.

Hace dos meses abrimos un prototipo para una futura sala de exposición permanente, pero de nuevo, el objetivo es mucho más conceptual que de diseño (el diseño de la sala todavía esta tan lejano y los temas están tan poco definidos, que explorar problemas museográficos en este momento no tiene sentido). La sala se llama “Museo-wiki” y es un gran espacio de participación. Toca esperar para ver los resultados.


¿Crees que una evaluación más formal les hubiera llevado a resultados
diferentes? 

En cuanto a las experiencias del Museo de la Independencia, repito que todo depende del entusiasmo del equipo del museo. Lo que empezó siendo súper novedoso y realmente marcaba una diferencia en la experiencia del visitante -porque sentía que podía co-curar una exposición-, terminó en ocasiones siendo un saludo a la bandera. Dadas las circunstancias, una evaluación más formal puede que no alterara los resultados, pero hubiera ahorrado tiempo.

Creo que los prototipos funcionan mucho mejor y son más efectivos que la evaluación formal. Sin embargo, para que funcionen tienen que tener un equipo dedicado exclusivamente a su análisis e interpretación. Todavía no hemos podido llegar a ese punto.

Y desde el punto de vista de los públicos ¿Qué reacciones has visto?

Claramente un prototipo es muchísimo más impactante y hace que el público se sienta mucho más relevante (llenar encuestas o responder preguntas abstractas no se siente generalmente como un gran aporte), mientras que intervenir directamente una exposición por medio de marcadores, tizas y post-its genera una sensación de participación mucho más satisfactoria.

¿Recomendaciones?

Básicamente lo que ya he dicho arriba: no puede ser flor de un día. Tiene que ser un proceso en el que todos los del equipo crean y se sientan comprometidos. Si no es así, no funciona.  

Fatiga de museo. Antes y ahora

Queridos lectores, no tendrán dificultad en encontrar similitudes entre estas dos imágenes. A cien años de distancia, uno de los problemas identificados por los estudios sobre los públicos de los museos no se ha solucionado del todo ¿Se han sentido agotados durante y tras la visita a un museo? !Es normal!

En 1916, Benjamin Ives Gilman, curador del Boston Fine Arts Museum nombró a este fenómeno como fatiga de museo: el cansancio provocado durante la visita al museo por problemas relativos al diseño museográfico [1]. También, podemos atribuir este cansancio a que la visita al museo es altamente demandante, física y cognitivamente, pero en efecto, el diseño y otros factores no nos hacen la vida mejor.

Entre los aspectos que debería tener un museo abierto y amigable están, de acuerdo con Kathleen McLean y Wendy Pollock: la bienvenida, el confort, y brindar espacios de convivencia. Como parte del confort es básico contar con lugares de descanso ya sea para tomar un receso en la visita o para contemplar las obras: «la importancia de los lugares para descanso no puede ser sobre estimada -asientos variados, móviles, disponibles. De hecho, el museólogo británico Kenneth Hudson predice que los museos que prosperarán en este siglo son los que tengan encanto, y los que tengan sillas»  [2]

La falta de lugares de descanso no es ciencia oculta. Ya lo señalaban Gilman y el museólogo mexicano Alfoso Pruneda quien en 1913 escribió: “[…] arreglo satisfactorio de las entradas y salidas evitando la aglomeración, amplitud de los pasillos para facilitar la circulación, bancas en los salones para descanso y contemplación detenida y por supuesto, el arreglo de los ejemplares, es decir, de las colecciones.” [3].

La pregunta es ¿Toma tantos años solucionar estos aspectos? Aparentemente sí, muchos museos siguen dando prioridad a las colecciones olvidando que existen personas que quieren pasar un rato agradable, conocer y contemplar, que incluso pasarían más tiempo en las salas de los museos si pudieran pausar su visita y descansar.

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Zona de descanso en el Whitney Museum, con vista a una obra y al exterior

[1] Gilman, B. I. (1916, Enero). Museum Fatigue. The Scientific Monthly, 2(1), 62–74.

[2] McLean, K., & Pollock, W. (2011). The Convivial Museum. Washington, DC: Association of Science-Technology Centers. p. 78

[3] Pruneda, L. (1913, Febrero). Algunas consideraciones acerca de los museos. Boletín de La Sociedad Mexicana de Geografía Y Estadística, VI(2), 80–98.

 

Museos: ¿cerrados o abiertos?

En una de las clases que imparto en la Maestría en Museología de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM), en la Ciudad de México, Manuel Gándara y yo pedimos a los alumnos fotografiar ejemplos de «crímenes» en contra de los visitantes de museos.

¿Crímenes? Sí, cualquier atentado u obstáculo a una buena experiencia. El ejercicio resultó interesante. Cada día vemos en los museos aspectos que se podrían mejorar: el tamaño de la letra en los textos de salas, los colores y sus contrastes que no permiten leer, las alturas de los objetos y/o de los textos, explicaciones aburridas llenas de términos técnicos y especializados, malas señalizaciones, etc., etc. Todo aquello que para mí ejemplifica o constata que hay museos cerrados al público.

En contraposición, tenemos museos o experiencias museales, que ilustran cómo los museos pueden estar y ser abiertos al y con los públicos, un concepto que exploré en una entrada pasada (Ver). Aunque el experimento en la clase resultó útil, creo que ahora pediré a los alumnos que documenten e ilustren este segundo rubro para demostrar aspectos de un museo amigable y centrado en sus visitantes, por ejemplo:

  • Dar una bienvenida en el acceso -sea personal o escrita-
  • Proveer evidencias de que se interesan por nosotros:
    • hojas de comentarios, que se consideren en incluso haya retroalimentación
    • buzón de sugerencias en funcionamiento, con papeleta y plumas
    • Proponer temas para interactuar en redes sociales
  • Proveer asientos para el descanso en salas
  • Brindar lugares en los que se pueda convivir, conversar
  • Proporcionar estrategias diversificadas para distintos intereses

Aquí algunos ejemplos míos que me propongo compartir en twitter @LetyPerezCast con la etiqueta #MuseosAbiertos

2016-06-10 14.32.16
En el Museo de la Ciudad de Nueva York informan al visitante qué está pasando y qué podrá ver próximamente #MuseosAbiertos

2016-01-06 16.32.58
En la Exposición La Vanguardia Rusa, Museo del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México, se solicitaba la opinión de los visitantes dentro de la misma sala respecto a temas que se trataban en la exposición #MuseosAbiertos

2016-06-03 13.52.46
En el Museo Whitney de Arte Estadounidense, Nueva York, el personal que asiste a los visitantes indica claramente su función «Estoy aquí para ayudar» #MuseosAbiertos

2015-07-25 16.48.39
En el Museo Museo José Guadalupe Posada, Aguascalientes, México, el amabilísimo personal explica cómo funciona la prensa #MuseosAbiertos

 

 

Probando, probando… el prototipo en exposiciones

El año pasado organicé el Curso Internacional de Estudios de Públicos, en el cual participaron cinco profesoras invitadas especialistas en diversos aspectos de esta área.

Hablaré poco a poco de lo que este curso significó para mí, a nivel personal y profesional, como profesora y como participante. Hoy me quiero referir a las sesiones con Kathleen McLean ¿Quién es Kathy? Desde mi punto de vista, una de las profesionales de museos más influyente en los últimos años, una persona sensible a las necesidades de los visitantes , especialista y consultora en diseño de exposiciones, además de alguien con mucho sentido común y buen humor.

La dos sesiones de Kathy trataron de cómo crear exposiciones con un tipo diferente de evaluación: el uso de prototipos. Esta idea la presentó previamente en el Seminario Permanente de Museología de América Latina, en su 8va edición, en el otoño de 2014. Ese día nos enganchó. Tanto fue así que un colega de Colombia, Camilo Sánchez, encargado del diseño museográfico en el Museo de la Independencia Casa del Florero, se embarcó en la hazaña de diseñar una exposición completa inspirado en lo que vimos [1], yo por mi parte, invité a Kathy a darnos un taller en el marco del Curso Internacional, así que volvió un año después.

La premisa es simple: usar materiales sencillos y baratos para recrear, lo más cercano posible, la experiencia que queremos ofrecer a los visitantes, después, invitar a colegas, amigos, voluntarios a usar lo diseñado, y mejorar el diseño con esta retroalimentación.

El uso de prototipos no es nuevo. Se sugiere utilizarlos en las evaluaciones previas que, de acuerdo a la literatura de los estudios de públicos, tiene lugar en la fase de diseño [2]; sin embargo, por alguna razón se piensa en prototipos elaborados o en evaluaciones más estandarizadas utilizando formatos de observación y retroalimentación formales.

El taller sobre cómo mejorar las exposiciones por medio de prototipos duró dos sesiones. El primer día Kathy habló de la filosofía detrás de esta actividad y nos mostró ejemplos de cómo lo ha aplicado en diversos museos con los que ha trabajado. Para finalizar esa sesión los participantes conformaron equipos y propusieron temas que pudieran desarrollarse y concretarse en un pequeño producto expositivo.

El segundo día cada equipo trabajó sobre su idea. Utilizando papel, tijeras, cinta adhesiva, periódico, dieron vida a los prototipos.Fue una sesión increiblemente divertida. Bajo cierta presión de tiempo y con la idea de tener el prototipo concluido, los equipos trabajaron a muy buen ritmo. Se trataba de contar con la propuesta montada para recibir retroalimentación de los compañeros. He aquí el componente evaluativo, pues se invita a otras personas a ver, usar, interactuar con nuestra propuesta y se recaban sus opiniones de una forma libre ¿Hay una muestra como tal? No, ¿hay formatos pre establecidos para tomar las opiniones de los «visitantes»? No, ¿hay un protocolo? Tampoco.

Para mí se trató de experimentar una evaluación cualitativa y abierta en todo el sentido de la palabra. El prototipo funciona como una sugerencia, un estimulante (en inglés se le llama prompt) que detona una conversación, también abierta, sobre lo que la propuesta detona en los participantes y cómo mejorarlo. Es una forma de comprobar nuestras hipótesis sobre el diseño planteado, si provoca o no lo que esperábamos, si invita a hacer lo que se busca, si las personas se involucran con él.

Un consejo final de Kathy: no preocuparse por producir prototipos acabados, perfectos, de materiales caros, sino en recrear, lo más cercano posible, la experiencia que buscamos promover. Finalmente, como ella dice: la perfección es enemiga de la creatividad.

[1] Se trató de la exposición «Más allá de las imágenes: el poder de la alegoría», que se inauguró como prototipo en el invierno de 2014 para después reinaugurarse en la primavera de 2015 ya con los ajustes que se derivaron.
[2] Véase por ejemplo Pérez Santos, E. (2000). Estudios de visitantes en museos: metodología y aplicaciones. [Gijón, Asturias]: Ediciones Trea.