Con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, me invitaron a dar una charla para el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, en el Estado de México (modalidad virtual). Platiqué sobre las mujeres trabajando en los museos en México y cómo ha cambiado la situación durante el último siglo.
Partí del hecho de que en la población existe una distribución equitativa de los sexos. Salvo algunos eventos dramáticos que pueden alterar esta distribución —como las guerras, las epidemias o la migración—, la presencia de mujeres y hombres es más o menos igual; sin embargo, no sucede lo mismo en cuanto al lugar de las mujeres en espacios como la educación, el trabajo, el deporte o los puestos de liderazgo, en donde han existido desigualdades históricas, sistémicas y estructurales.
A inicios del siglo XX, la distribución poblacional entre sexos era muy equitativa, pero esto no se reflejaba en el acceso a los puestos de trabajo en general, mucho menos en los museos. En el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología trabajaban pocas mujeres, algunas en el Departamento de Publicaciones, como lo evidencian las fotografías publicadas en el artículo «La imprenta del Museo Nacional: estrategias de difusión» de Thalia Montes [1].
Más adelante, a finales de los años treinta se comenzaron a crear espacios de formación en antropología para dar lugar al surgimiento de la Escuela Nacional de Antropología que, poco a poco, comenzó a admitir mujeres como alumnas. Dos en la primera generación y varias más en las siguientes. De ahí surgieron las primeras profesionistas en este campo, antropólogas pioneras como Florencia Müller, Beatriz Barba Ahuactzin, Doris Heyden, Beatriz Braniff, Margarita Nolasco, Mercedes Oliveira y Noemí Quezada [2], entre otras. Algunas de ellas se incorporaron al trabajo en ese museo, que luego se llamó Museo Nacional de Antropología cuando las colecciones de historia se trasladaron al Castillo de Chapultepec en 1944.
A mediados de ese mismo siglo, la distribución de los sexos en la población continuó equilibrada, pero la composición del perfil de visitantes al museo, tanto como de sus trabajadores, no. En 1952, el antropólogo Arturo Monzón realizó el primer estudio de públicos de museos en México (estudio pionero incluso a nivel mundial) y sus resultados mostraron que la visita la hacían predominantemente los hombres, con un 76% en el caso de visitantes nacionales y un 60% para los extranjeros [3]. Los puestos de trabajo en esa institución seguían ocupados en su mayoría por hombres.
No obstante, las mujeres comenzaron a abrirse camino. Ese mismo año se creó el Departamento de Servicios Educativos como un área centralizada del Instituto Nacional de Antropología e Historia abocado a esa tarea. Sus integrantes fueron en gran parte profesoras de la Secretaría de Educación Pública, comisionadas para realizar visitas guiadas y otros programas educativos enfocados a estudiantes [4]. Recordemos que las tareas educativas tradicionalmente se han asociado con lo femenino. El Museo Nacional de Antropología también tenía su departamento educativo. Sus integrantes no solo se limitaron a tareas operativas del mismo, sino a plantear el segundo estudio de públicos de museos del país: «Efectividad didáctica de las actuales instalaciones del Museo Nacional de Antropología». Se trató de una investigación vanguardista en la que incluso utilizaron tarjetas perforadas para el análisis con cómputo en colaboración con la UNAM [5].
En el siglo XXI los cambios se han visto reflejados tanto en el perfil de visitantes a museos como en los puestos de trabajo, en donde hay una distribución más o menos equitativa entre los sexos. Con datos del INEGI sabemos que en 2019, 46.8% de los públicos en los museos a nivel nacional fueron hombres y 53.2% mujeres. En el mismo año, de 15,287 puestos de trabajo a nivel nacional, el 53.1% lo ocuparon hombres y 46.8% mujeres. La Estadística de Museos de ese instituto permite un análisis que devela desigualdades por área: mientras que en museografía y diseño laboran más hombres, en las áreas educativas y de comunicación, las mujeres están más presentes. En cuanto a las áreas directivas y administrativas, me parece que se deberían desagregar, porque la igualdad que vemos a primera vista al analizarlas juntas, podría no estar presente si separamos ambas áreas [6]. Tampoco tenemos detalles de los sueldos percibidos en donde es común encontrar inequidades que favorecen al género masculino.
En este breve repaso vemos que el trabajo femenino en los museos adquiere cada vez mayor relevancia y visibilidad. Las desigualdades de género en este sector no son una novedad, porque las estructuras de trabajo internas finalmente reflejan condiciones sociales más amplias. A partir de los años sesenta, con la revolución cultural y social, se han vivido cambios y cada vez más mujeres se han incorporado al trabajo museal en todos niveles. Sin embargo, sus tareas muchas veces son invisibilizadas, se les resta importancia o no se les atribuye el crédito correspondiente.
Un ejemplo de esta invisibilización lo encontré al analizar el proyecto de La Casa del Museo, puesto en marcha por el Museo Nacional de Antropología en la década de los setenta, para llevar parte de sus tareas a colonias de la entonces periferia de la Ciudad de México. En las fuentes que existen, ese proyecto ha pasado a la posteridad como la hazaña casi heroica de quien lo propuso: el museógrafo Mario Vázquez, dejando de lado la participación de otras personas en un equipo multidisciplinario, la mayoría de ellas, mujeres. A La Casa del Museo también la dotaron de sentido y contenido ellas, las antropólogas Lilia González y Catalina Denman, las psicólogas Miriam Arroyo y Karin Wriedt, la administradora Cristina Antúnez, y la arquitecta urbanista Coral Ordoñez, coordinadora en campo. También participó el profesor normalista Margarito Mancilla.
Sin entrar en detalles puedo decir que en el proyecto las mujeres se enfrentaron a condiciones de género, por ejemplo el ciclo de vida, cuando algunas salieron del proyecto ante la decisión de casarse y tener hijos, o también, para una de ellas que era madre, la demanda sobre los tiempos y las tareas de atención a la familia se sobreponían a las actividades del trabajo. A la invisibilización contribuyó el uso del lenguaje utilizado, siempre en masculino para referirse al equipo de trabajo en su conjunto o a tareas particulares que realizaron ellas, por ejemplo «arquitecto urbanista», puesto ocupado por Coral Ordoñez. Otro aspecto fue la forma como se les refiere: “las chicas”, “las muchachas”, “las animadoras”, en contraposición a los títulos otorgados a los hombres: «el antropólogo», «el sociólogo». No me extenderé en esto, pueden leer al respecto en mi artículo «La Casa del Museo (1972-1980): una comunidad de práctica en clave femenina» [7].
¿Qué podemos aprender con este breve ejemplo y con los datos ofrecidos? Me parece que los museos juegan un papel central en la posibilidad de construir sociedades más equitativas. Al interior, las mujeres han ido tomando protagonismo, al menos en México vemos que el acceso a los puestos es más o menos igualitario; sin embargo, cabe preguntarnos por los puestos de poder, los salarios, la seguridad en los espacios de trabajo, entre otras cosas. En cuanto a los públicos, vemos que también han existido transformaciones. Actualmente el perfil por sexo entre sus públicos también se ha equilibrado. Pero los museos pueden ir más allá, porque en sus salas, discursos, colecciones, textos e imágenes aún reflejan una visión principalmente androcéntrica en la que las mujeres no nos vemos reflejadas. Como dicen mis colegas españolas Lourdes Prados y Clara López:
«los museos arqueológicos [aunque creo que otros tipos de museos también] pueden y deben transmitir una historia inclusiva que ayude a visibilizar a los grupos tradicionalmente marginados de la sociedad, con el fin de contribuir a una educación en igualdad. [Pueden] Reflejar también esos avances científicos en sus discursos expositivos, en sus colecciones, en sus imágenes, en la educación […] puede y debe convertirse en un agente de transformación social con la revisión de los discursos de género desde una perspectiva integradora, y contribuir de manera concreta y real, a una educación en igualdad» [8].
[1] Montes Recinas, T. (2017). La imprenta del Museo Nacional: estrategias de difusión. Gaceta De Museos, (63), 34–41. Recuperado a partir de https://www.revistas.inah.gob.mx/index.php/gacetamuseos/article/view/10807
[2] Goldsmith Connelly, M. R., & Sánchez Gómez, M. J. (1). Las mujeres en la época de oro de la antropología mexicana: 1935-1965. Mora, (20), 121-135. Recuperado a partir de https://doi.org/10.34096/mora.n20.2337
[3] Monzón, A. (1952). Bases para incrementar el público que visita el Museo Nacional de Antropología. Anales del INAH, Tomo VI, 2a parte.
[4] Vallejo Bernal, M. E. (2003, septiembre). Los servicios educativos del INAH. Una historia de 50 años. Gaceta de Museos, Segunda Época(30-31), 75-86.
[5] Salgado, I., Sánchez, M. C., Trejo, L., & Arana, E. (1962). Efectividad didáctica de las actuales instalaciones del Museo Nacional de Antropología. Volumen sin numerar titulado “Equipo pedagógico”. Consejo de Planeación e Instalación del Museo Nacional de Antropología, INAH, SEP, CAPFCE; Archivo histórico del Museo Nacional de Antropología.
[6] Datos tomados de: https://www.inegi.org.mx/programas/museos/
[7] Pérez Castellanos, L. (2020). La Casa del Museo (1972-1980): una comunidad de práctica en clave femenina. Revista Brasileira De Pesquisa (Auto)biográfica, 5(14), 740-757. Disponible aquí
[8] Prados Torreira, L., & López Ruiz, C. «Otro museo es posible: museos arqueológicos, museos integradores.
Un largo camino por recorrer» En Prados Torreira, L., & López Ruiz, C. (Eds.). (2017). Museos arqueológicos y género: Educando en igualdad. Universidad Autónoma de Madrid.