Florencia Puebla es Maestra en Museología (ENCRYM-Ciudad de México) y Maestra en Arqueología y curaduría en Museos (ENAH-Ciudad de México). Profesora de Historia y Licenciada en Arqueología (UNCuyo, Mendoza, Argentina). Desde el 2007, realiza investigaciones museológicas en Argentina, México y Perú, focalizando en la problemática de los colectivos sociales en su relación con el patrimonio. Actualmente se encuentra finalizando estudios de doctorado (ENAH-México), con un proyecto de curaduría etnográfica y musealización socio-territorial en el poblado de Vilcas Huamán (Ayacucho-Perú). En el último tiempo, tras aburrirse de los ambientes académicos, se encuentra experimentando en la curaduría creativa, y realizando diversos talleres y proyectos museales independientes.
Conocí a Florencia como alumna en el Posgrado en Museología de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía -INAH, en la Ciudad de México. Siempre me pareció una persona inquisitiva y con muy buenas propuestas, así como argumentos para defenderlas. Además de esta coincidencia académica, compartimos el interés por los públicos, y el tener como primera formación la de arqueólogas. Le propuse participar en esta entrevista contándonos su experiencia con su particular punto de vista: una mirada a la museología latinoamericana desde las diversas latitudes en las que ha transitado.
Tu primera formación es de arqueóloga ¿Por qué estudiar museología?
En el año 2007 tuve la oportunidad de trabajar en un museo arqueológico (Salvador Canals Frau) haciendo análisis y conservación de material que había en bodega. Muy arqueológico era mi trabajo allí, además de que el museo tenía un fuerte perfil académico. En esa época, también trabajaba en un laboratorio de arqueología, donde hacíamos investigaciones sobre el pasado de mi ciudad natal (Mendoza, Argentina). Es decir, estaba muy metida en el ámbito arqueológico, y me sentía cómoda allí. No obstante, en este museo comencé a realizar otros trabajos, que me llevaron a descubrir un mundo nuevo para mí, el de la museología. Por esos años, junto a otras compañeras tomamos varios cursos de museos, y me gustó mucho. Fue una época donde aprendí muchísimo; y desde ese momento la museología se me volvió una pasión. Con el tiempo me fui metiendo cada vez más, entré a trabajar en otro museo más grande y con otro perfil (el MAF), hasta que llegué a la Maestría en Museología de la ENCRYM, y ahí cambié completamente de “gremio”, digamos. Curiosamente en el presente me defino como museóloga, aunque nunca dejé la arqueología del todo.
Creo que mi interés radica en que los museos son espacios que plantean temáticas mucho más diversas, dinámicas y flexibles que la arqueología. Por suerte, la museología se mantiene alejada de la solemnidad académica que caracteriza a las disciplinas científicas, entonces te permite trabajar, explorar y crear desde múltiples perspectivas. Y eso me encanta.
¿Por qué en México?
En este museo de arqueología que mencioné, conocí a Laura Piazze, que es la museóloga a cargo. Una persona que fue totalmente estimulante e inspiradora para mí. Ella había vivido en México porque estudió la maestría en museología de la ENCRYM, y siempre hablábamos de esa experiencia. Por ella conocí y pude observar por primera vez un huipil, ¡imagínate! Todo en ella me llamaba la atención, además de que es una gran profesional e interesante persona, a la que quiero y admiro mucho. Entonces, cuando termino la carrera de arqueología, decidí que iba a hacer la maestría que ella hizo en CDMX. Vine en el año 2012 y aún no me voy ¡este país me tiene atrapada! A México llegué por tierra, tras un largo viaje que hicimos con mi novio por América Latina, y que con el tiempo resultó ser junto con la mexicana, una experiencia totalmente estimulante para mi profesión.
Desde tu punto de vista ¿Existen balances / desbalances entre los museólogos (as) en Latinoamérica? ¿Cómo es esto?
Creo que es una pregunta difícil de contestar, ya que cada quién lo vive y siente de maneras distintas en los museos donde trabaja, o siguiendo las experiencias que ha tenido. Es real que en proporciones generales, somos más mujeres las que estudiamos museología y que trabajamos en museos, pero curiosamente esta mayoría, así como la discusión que estamos llevando sobre el género, aún no se ve del todo inmersa en las exposiciones, curadurías y estrategias museales. Repetimos esquemas, porque hemos aprendido un modo de ver y hacer las cosas, que es propiamente masculino. Es decir, somos mayoría las mujeres las que estudiamos y trabajamos en este ambiente, pero aún no hemos logrado aportarle una impronta desde nuestra forma de ser, observar y sentir.
Creo que incorporar la visión femenina, va mucho más allá de incluir un maniquí de mujer cuando se expone la evolución del ser humano (muchos ponen el maniquí, pero continúan hablando de la evolución del “hombre”, por ejemplo); o incorporar en las cédulas el “todos y todas”. Estos, aunque son grandes detalles, es sólo el principio, y no significa que las mujeres se encuentren del todo incluidas. Creo que es un proceso que lleva tiempo, y hay museos que lo están comenzando a realizar, por suerte. No obstante, cuando hablamos de igualdad, muchas veces las mujeres pensamos que es adoptar modalidades masculinas, y no valorar las formas de ser que son propias de nosotras. Es decir, no revalorizamos nuestras miradas, puntos de vistas y modalidades que tenemos a la hora de vivir. Esta es mi idea, y podrían estar en total desacuerdo. Por ejemplo, es curioso observar que las exposiciones no otorgan un papel preponderante al trabajo doméstico, que generalmente fue y es femenino. Siempre estuvo marginado y menospreciado, en desmedro de la “vida pública” o ciertos asuntos o temáticas que son consideradas más interesantes, como la política, la economía, etc. Allí, la participación masculina es más fuerte, y para paliar este vacío, se recurre a incorporar a la mujer en estos espacios. Esto es algo real y positivo, pero ¿qué pasa con la cantidad de mujeres que no lograron ni logran insertarse en estos terrenos? ¿Las continuamos marginamos? Lo mencionado, es algo que me está haciendo pensar mucho en este momento.
Actualmente estoy trabajando en un pueblo de la sierra de Ayacucho, Perú, que se llama Vilcas Huamán. En este lugar, que por cierto es hermoso, a simple vista la presencia de la mujer en el espacio y temas de índole “públicos” por así decirlo, no es tan fuerte; no obstante hay un mundo doméstico, íntimo y familiar donde ellas son el pilar. Llevado esto al museo, lxs museólogxs cuando ideamos las exposiciones, nos cuesta mucho salirnos de los ejes más tradicionales: como políticos, económicos, sociales y culturales; sin considerar que en el hogar también suceden grandes cosas. Lo que menciono, podría relacionarse con el tema del chisme, por ejemplo; o las pláticas distendidas donde comentamos cómo estamos, qué hacemos y cómo nos sentimos. Son temáticas muy menospreciadas, por lo que nos cuesta mucho darle el lugar que se merecen. Sin embargo, forman parte de nuestras vidas, además de que engloban otras dinámicas sociales que son importantes para mantener los lazos afectivos, ponernos al día, cuidarnos entre lxs nuestrxs y compartir momentos de intimidad. Es la sociabilización más básica, donde por ejemplo, las mujeres nos sentimos más cómodas de expresar cómo comprendemos la vida y las relaciones humanas. Hablo de esto, sin caer en la malicia con la que se ha caracterizado y estigmatizado a estas charlas, donde supuestamente prima la competencia y el prejuicio, por mencionar algunos adjetivos con los que se ha juzgado al chisme. Como es un espacio donde el pensamiento femenino emerge, se lo trata con mucho desdén. Bueno, ¿a qué voy con todo esto? a que en los museos por más que involucremos a las mujeres, y en las cédulas les hablemos a ellas, (salvo algunos casos) seguimos representamos la realidad desde lógicas masculinas.
Me comentaste hace poco de un ejercicio museológico que realizaste en varios países de Latinoamérica, respecto a colectivos y personas que luchan por la igualdad y expresión de género. Cuéntanos de esa experiencia
Fue un ejercicio pequeñito pero hermoso, aprendí muchísimo y me dejaron muy buenas reflexiones. Me propuse dialogar con diversos colectivos y personas de Lima, Buenos Aires, Quito, Santiago de Chile y Montevideo. Participaron muchas personas y grupos, como el Colectivo Pacha Queer de Ecuador, Gabriela Mansilla de Argentina y Collette de Uruguay. Cada caso personal de activismo y lucha me hizo reflexionar sobre cómo exponemos los cuerpos humanos, por ejemplo, o el tema de los genitales, y su excesiva importancia social. También me hizo pensar mucho sobre cómo representamos musealmente temáticas como el cuerpo humano, la sexualidad y el placer, temas que continúan tabúes en el presente (y más el placer femenino). Cuando los museos deciden hacerlo se le otorgar una distancia social y temporal, con el fin de no generar polémica. Es decir: hablamos de la sexualidad de las culturas pasadas, pero no nos atrevemos a plantear puentes empáticos y de conexión con las prácticas sexuales de nuestras sociedades actuales. También el tema de la diversidad necesita ser analizado con mayor profundidad, entramos a los museos, y parece que no existen personas diversas. Los museos consideran que sólo basta con agregar una rampa de acceso y sistema braile, que no está mal, pero queda en la superficie si el discurso curatorial no resulta integrador. Las exposiciones no muestran a personas discapacitadas, gordas, trans, o que tienen acondroplasia, por mencionar algunos ejemplos. Como es un tema delicado para abordar, preferimos directamente no hacerlo, aunque hay casos y trabajos extraordinarios de museos que lo trabajan con la seriedad y respeto que se merece. Con esto, incito a que lo hagamos, seguramente nos equivocaremos, pero no dejemos de intentar y buscar las formas de proponer nuevas modalidades de exponer lo heterogéneo de las sociedades.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de igualdad de género en los museos?
Creo que de lo que te comentaba, de darle lugar a la diversidad, de evitar los estereotipos y los clichés, de representar los cuerpos como son realmente, de exponer a personas de la tercera edad, o niñxs, sus sentimientos, pesares, necesidades y satisfacciones; de exponer cómo nos sentimos, qué nos da placer (que va mucho más allá de lo sexual), qué cosas nos producen ilusiones, alegrías, miedos y desesperanza. Es decir un museo más humano, más empático y diverso, que se aleje de la tolerancia. Un museo que esquive las representaciones de las personas blancas, heterosexuales y jóvenes, para indagar en otras formas de vivir.
Crees que la falta de balance de género que hoy observamos y criticamos en los museos ¿Es percibida por los visitantes regulares? ¿Qué hacer?
Creo que las sociedades se encuentran discutiendo muchas cosas que el museo aún ni siquiera concibe como posibles temas a exponer. Y la gente no nos exige a los museólogxs, porque sabe que este es un espacio conservador y de legitimación de lo que “debe ser”. Entonces, muchas veces nos quedamos en esa comodidad, no digo que es fácil y que depende todo de lxs curadores o lxs museólogxs, tengo en cuenta que existen políticas expositivas que muchas veces atan y restringen nuestro trabajo. No obstante, he conocido experiencias museales que deciden ir más allá, correr el límite; y la gente se entusiasma y lo valora mucho. Creo que nos tenemos que animar a realizar otras cosas, experimentar más, sin miedo a la crítica y despegarnos de la idea que tenemos de museo, que en el presente queda un poco obsoleta. Y con esto no hablo de invertir grandes cantidades de dinero, o agregar tecnología y otras estrategias contemporáneas, sino de considerar nuevas formas de musealidad e incorporar temáticas novedosas. Para esto, sólo se necesita creatividad; ese es el cambio que necesitamos. En estos tiempos posmodernos, la museología se tiene que reinventar, no nos queda otra.
[…] [1] Lee la primera entrevista con Florencia aquí: Museología desde el Cono Sur. […]