La interpretación y las estrategias asociadas a ella llegaron en algún momento al museo. No se trataba tan solo de exhibir -a través del despliegue en las vitrinas de maravillosos objetos-; tampoco de sólo comunicar -a través de los textos en las cédulas- o de tener una visión acotada del potencial educativo del museo -en los talleres y actividades dedicadas únicamente a escolares-, sino de traducir, facilitar, invitar, sorprender o presentar aspectos relevantes que inviten a la reflexión.
La interpretación va un poco mas allá de la comunicación. A manera de una traducción de un idioma a otro, nos dice mi colega y amigo, Manuel Gándara, la interpretación busca un lenguaje adecuado para comunicar términos complejos, científicos, técnicos o artísticos para que un público diverso los comprenda. Es un vehículo de empatía, diría yo, para aceptar que no todos tienen los conocimientos previos requeridos al acercarse a un museo; pero sobre todo, para mostrar a las demás personas lo que nos apasiona a algunos: antropólogos, arqueólogos, historiadores, historiadores del arte, curadores, científicos, artistas, etc., también para descubrir lo que les apasiona a ellos y tender puentes.
Aquí les comparto un ejemplo de una estrategia que me encantó, porque cualquier oportunidad es buena para interpretar. A mí me sorprendió y me emocionó.


